Conducta, educación y en busca del necesario equilibrio.

La educación canina y la capacidad de aprender del animal, son carreras de fondo que, al igual que en para el resto de seres vivos, nunca acaban. Superar un curso de obediencia puede ser el primer paso pero, los guías no debemos perder de vista que, para sacarle el mayor partido posible a la relación con nuestro perro, debemos practicar diariamente e ir introduciendo nuevos retos para estimular física y mentalmente a nuestro compañero canino. En caso contrario, las enseñanzas acaban por olvidarse.

Además, a lo largo de la vida del animal, puede haber experiencias o situaciones que supongan retrocesos o barreras al aprendizaje y que requieren de una actuación especial para ayudar a nuestro perro a superarlas y seguir avanzando. Situaciones de miedo, estrés, cambios, llegadas de nuevos miembros a la unidad familiar o incluso conflictos por causas que se nos escapan de las manos, deben ser tratadas cuanto antes para retomar la convivencia.

 

La importancia de las rutinas

Se ha escrito muchísimo sobre el vínculo entre perros y personas, así como los beneficios mutuos de una convivencia feliz. La confianza mutua y la comunicación efectiva, son los pilares de la relación. En otras palabras, tu papel en esta historia, es la del guía que acompaña al perro a lo largo de toda su vida.

Un entorno familiar adecuado es aquel que tiene en cuenta las necesidades del perro, de los miembros de la familia y del resto de personas que conviven en vecindad. Lo deseable de un perro de familia es que “sepa estar”; Es decir, que sepa mantener una conducta higiénica adecuada, llevarse bien con otros animales y personas, ir a su sitio y mantenerse tranquilo durante las visitas y las ausencias…

Conseguirlo enriqueciendo la vida del perro mientras perseguimos los objetivos anteriores, es el reto de toda la familia.

 

Cuando empiezan los conflictos

Como en casi todas las cosas de la vida, cuando las cosas no van como queremos, debemos buscar las razones de este giro y estudiar las posibilidades para cambiarlas. Cuando los estilos de vida humano y canino no están en sintonía, empiezan los problemas y es el momento de ponerse manos a la obra para intentar el cambio.

Una reflexión necesaria para prevenir o corregir problemas de conducta en nuestros perros, consiste en plantearnos si nuestra conducta a nivel personal y familiar, así como las rutinas resultan predecibles para el perro y no le generan ansiedad.

Con independencia del problema de conducta que nos preocupa, es preciso empezar planteándonos una serie de preguntas puesto que necesitamos información de lo que realmente tenemos entre manos. Por eso, debemos reflexionar sobre los siguientes puntos:

¿Qué sucede? Es preciso identificar claramente qué ocurre y la mayoría de las veces no es tan fácil como parece a simple vista. A veces perdemos perspectiva y necesitamos la ayuda externa de un amigo o vecino que conozca al animal y la familia, para que nos ofrezca una visión imparcial.

¿Cómo es el perro? Tamaño, carácter, educación, relación con la familia…etc., son preguntas que nos debemos plantear. No es lo mismo un perro nervioso que otro capaz de pasar las horas felizmente tumbado en su cama.

¿Cuál es el estilo de vida del perro y de la familia? Horarios y rutinas son importantes y muchas veces olvidamos que el perro es un animal social al que dejamos a solas en casa durante muchas horas mientras nos vamos a hacer nuestra vida.

¿Qué grado de compromiso estamos dispuestos a asumir? Debemos ser conscientes que, nuestro perro necesita de nuestra ayuda para conseguir resolver sus limitaciones.

En este punto es importante observar al animal para que sea él mismo el que nos “cuente” lo que está ocurriendo. Merece la pena hacer un análisis detallado y realista de la multitud de situaciones pequeñas y cotidianas que suceden a lo largo del día, ya que no se trata de dar nuestra visión, sino conocer la «visión» de nuestro perro.

Resulta de gran ayuda que toda la familia contribuya a documentar la conducta del perro que plantea nuestras dudas. Es importante fijarse en los antecedentes, es decir, todo aquello que ocurre para que se produzca el comportamiento problemático (ladridos, destrozos, saltos…). En algunos casos, deberemos ayudarnos de cámaras de vídeo que harán las veces de nuestros ojos y oídos, si no podemos estar en casa observando.

 

Sentando las bases de la convivencia pacífica

Para establecer el escenario ideal que permita recuperar la relación, es preciso revisar el trabajo de base con nuestro perro, antes de abordar nada más. Es preciso reforzar los “buenos modales” caninos como pueden ser el sentado, el tumbado o aquí para poder utilizarlos como moneda de cambio de aquellos comportamientos menos educados. Tanto tu perro como tú os sentiréis más felices si cuando llegas a casa, él se sienta y recibe una recompensa en lugar de saltarte encima.

Si somos constantes, resultamos predecibles y el animal sabe lo que esperamos de él y lo que puede recibir a cambio. No hay nada que cause más desconcierto que no saber qué es lo correcto y que no lo es. Confundimos a nuestro perro en demasiadas ocasiones y, precisamente, eso es lo que debemos evitar como primera medida para minimizar riesgos de conductas inadecuadas. Si normalmente le dejamos que se suba al saludarnos, pero le regañamos por hacerlo con otras personas, o en determinadas ocasiones cuando vamos cargados, o vestidos elegantemente, el perro deja de confiar en nuestro criterio por inconstante.

Por eso es importante comportarse de forma coherente y uniforme. Así, establecer el criterio de pedir algo a cambio antes de conceder nada al animal o interactuar con él, permiten que el perro aprenda a anticipar el desarrollo de cada situación (quiero algo, lo pido, me piden algo a cambio, lo cumplo, y obtengo lo que necesitaba). El resultado se vuelve predecible y desaparece la incertidumbre.

No es realista pensar que una sola estrategia arreglará de inmediato cualquier problema de convivencia. Las opciones son múltiples y, al igual que el proceso de aprendizaje, se trata de otra carrera de fondo que hay que ir ajustando a medida que se produzcan los avances y/o retrocesos.

Los perros no hablan nuestro idioma, no son adivinos, y no saben lo que hay en nuestra cabeza. La forma que tienen de aprender es mediante las experiencias previas, es decir por las consecuencias que obtienen de las acciones que realizan. Por eso, nuestra colaboración es esencial para ayudar al perro en este proceso, minimizando los errores y maximizando los éxitos. Trabajando juntos, la convivencia y el vínculo se restablecen y podemos seguir adelante.

 

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