Cuando elegimos incorporar un perro, nadie le pregunta al animal si quiere venirse a vivir con nosotros o no pero, lo que es cierto es que, toda su vida y sus rutinas, están en nuestras manos (comida, bebida, salidas, ejercicio, estimulación, educación, salud…) y debemos ser consecuentes con esta decisión.
Nos gusta poner nombre a las cosas y cuando surgen problemas en la convivencia dentro del entorno familiar, hasta hace bien poco, no era infrecuente que, enseguida, etiquetaran al animal de Dominante. Sin embargo, el panorama sobre el papel que se le otorga actualmente a la dominancia o la relación de “superioridad” del perro hacia los dueños, en casos de conductas inadecuadas sobre todo dentro de casa, está cambiando y, afortunadamente, se empieza a desterrar la idea de que el perro quiera “mandar” sobre la familia y, en consecuencia, que lo mejor para que no se “suba”, es mantenerlo a raya o dominarlo.
Sin lugar a dudas, las conductas agresivas hacia los miembros de la familia (gruñidos, dentelladas, ladridos amenazantes, posturas de ataque…) ha generado y genera muchísimo debate y se ha venido relacionando con un problema de conflicto jerárquico (de ahí el nombre de “agresividad por dominancia”), relacionado a su vez con un problema de competición por recursos, ante el cual el perro respondería de forma agresiva con el fin de defender su supuesto estatus social o la posesión de un recurso.
No obstante y a través de muchos estudios, se ha demostrado, tanto en poblaciones de lobos como de primates, que la agresividad no está relacionada con el estatus social, y que un individuo, cualquiera que sea su rango social, puede defender de manera agresiva la posesión de un recurso valioso (incluida la atención del propietario).
Por ilustrarlo con un ejemplo sencillo, aunque no seamos el “jefe” en casa, a ninguno nos gusta que nos metan la mano en el plato cuando estamos comiendo y más, si tenemos mucha hambre…
En los últimos años se ha cuestionado la visión clásica y se plantea que, en la mayoría de casos, el problema no se trataría de un conflicto jerárquico sino que estaría relacionado con la dificultad del animal para predecir lo que va acontecer en el ámbito de las relaciones sociales y para mostrar una respuesta de amenaza ritualizada. Ahí es donde entra la necesidad del manejo coherente por parte del propietario de los aspectos que engloban el bienestar físico y psicológico del animal.
Un libro ameno para leer sobre el tema es “Dominancia, ¿Realidad o ficción?” de Barry Eaton.
“¿Tienen nuestros perros una agenda oculta para elevar su estatus sobre nosotros, los humanos, o son simplemente oportunistas que toman ventaja de las situaciones?”
http://www.knsediciones.com/es/kns-catalogo/1214-dominancia-realidad-o-ficcion.html
Con paciencia, conocimiento y coherencia en las pautas y rutinas que necesita nuestro animal, se pueden prevenir muchos problemas de conducta (sin entrar en los que puedan estar provocados por enfermedades o patologías que deba tratar el veterinario).