Cuando los perros interactúan puede que jueguen o se enfrenten. Comprender la diferencia entre conductas, nos ayuda a entender y saber si necesitamos intervenir o no. Aunque no hay directrices sólidas podemos apuntar algunas que recoge el autor James O ´Heare.
En un juego adecuado, ambos perros tienden a usar sutiles señales de comunicación como la reverencia de invitación, o las miradas rápidas (mirando de reojo al otro animal y que se puede identificar si nos fijamos, ya que se puede ver el blanco del ojo)
La señal principal de que el juego es adecuado es que todos los perros participan y consienten. Podemos verlos intercambiando roles de perseguidor-perseguido, haciendo paradas frecuentes o jugando con la boca como si les fuera la vida en ello sin llegar a rozar la piel con los dientes.
Apoyar la cabeza en el lomo del otro perro, apoyar las patas contra el cuerpo del oponente o los intentos de monta (incluso entre hembras) son otros tipos de juego que pueden observarse. Sin embargo, si se repiten de manera persistente o violenta, pueden envenenar el juego y conviene tener identificado qué le gusta y qué no a nuestro perro y hasta qué punto puede tolerar determinadas cosas. (De ahí la importancia de que el juego, para que sea bueno para todos los participantes, debe ser consentido)
Por ello, debemos estar atentos a las señales que nos indican que el juego se está yendo de las manos. Si uno de los perros es siempre perseguido y solo corre intentando escapar, conviene separar a los perros empezando, si es posible, por el perro perseguidor. En todo caso, debemos hacer una parada y rebajar tensión. Si a continuación ambos perros deciden retomar el juego, estaban a gusto. Si uno de ellos intenta escapar o esconderse, es mejor parar la actividad y dejarlo para otra ocasión.
Las vocalizaciones (gemidos, gruñidos, chillidos…) también ayudan a identificar lo que es permisible de lo que no. Si un perro gime puede deberse a un accidente (porque el oponente ha sido brusco) o a que el juego está degenerando en una confrontación subida de tono.
Normalmente, cuando uno de los perros provoca que el otro termine en el suelo gimiendo (caso relativamente frecuente de los cachorros y perros jóvenes cuando incitan a jugar a perros adultos que no están por la labor de seguirles el ritmo), la respuesta normal es que el perro que causó el gemido o revolcó al perro, se “disculpe” rápidamente, retirándose y dejando distancia entre ambos y/o mostrando comportamientos cut off (a modo de apaciguamiento) también conocidas como señales de calma, tales como girar la cabeza o/y el cuerpo, olfatear, lamerse los labios, bostezar….
Si el perro que provoca la situación no ceja en su conducta, conviene parar la situación, llamarlo o retirarlo si está muy excitado y alejarlo momentáneamente.
Por otro lado, la escala de intensidad de las vocalizaciones también nos puede dar valiosas pistas. El gruñido es normal en el juego, pero si baja de tono y se vuelve profundo, puede que la situación se esté tornando tensa. Si las vocalizaciones se hacen más fuertes, frecuentes o aumentan en intensidad (los gemidos y gruñidos se producen en intervalos cada vez más cortos, se tornan más graves y casi no hay ladridos) la excitación está aumentando y puede descontrolarse.
En ese caso, separemos unos segundos (podemos llamarlos) y observemos si ambos quieren seguir jugando o no. La pausa también ayudará a bajar el nivel de tensión y excitación.
Lo ideal es que nuestro perro aprenda a jugar de forma efectiva. Si rompe las reglas del juego canino, lo ideal es que sepa disculparse adecuadamente y aceptar las disculpas de otros perros. El juego y los conflictos que pueden surgir durante su desarrollo pueden ser buenos si el perro los aprende a manejar bien y por eso conviene dejar que jueguen bajo supervisión. El enfrentamiento y la lucha nunca enseña nada positivo al perro así que, si notamos que la intensidad aumenta o que un enfrentamiento no se resuelve rápida y apropiadamente, debemos intervenir como garantes que somos de la seguridad de nuestro perro.