Trabajar con un animal, implica disfrutar del proceso, relajarnos y hacer que sea divertido para ambos. No se trata de una competición ni es algo que se pueda dar por concluido nunca.
Cada día es preciso invertir unos minutos en aprender y educar. Observar atentamente desde el punto de vista del animal para ajustar cada paso y hacerlo de forma progresiva, en sesiones cortas que siempre nos dejen ganas de más.
No debemos perder de vista que el estado emocional del guia, es potencialmente contagioso a su perro. Las prisas, los nervios y la tensión pueden provocar que ambos se muestren reactivos y sensibles ante cualquier circunstancia.
Un ejemplo claro es el paseo: En demasiadas ocasiones, la correa va en tensión constante porque el animal busca espacio mientras el brazo del guía va agarrotado, ejerciendo una fuerza opuesta que no se relaja nunca. Las señales se repiten demasiadas veces, sin resultado, y el animal se bloquea.
Obviamos las señales que nos lanza el animal como apartar la cabeza, lamerse, bostezar… y endurecemos el tono, tendemos a elevar la voz para hacernos entender y nos enfadamos cada vez más. En esas circunstancias el animal totalmente confuso, puede mostrarse tenso y reaccionar de forma inadecuada, con miedo o, incluso, mostrando una conducta defensiva.
Sentando bases
Nadie enseña a sentarse a un perro. Los perros saben sentarse al poco de nacer. Es una forma cómoda de observar el mundo y aprender. Por eso, ellos mismos adoptan, de forma inconsciente, esa postura.
Cuando educamos a un perro, el objetivo es poner señal a determinados comportamientos naturales del perro como sentarse o tumbarse, de modo que podamos usar esa señal en los momentos que nos interese que el perro adopte determinada postura ya sea porque estamos con más gente y necesitamos que el perro esté tranquilo o por la seguridad del propio perro.
Por eso, al empezar a trabajar con un perro, es importante recordar que ya cuenta con unas habilidades naturales y que, de nuestra capacidad y pericia, depende desarrollarlas.
Crecen antes, maduran después
Por último, debemos tener presente que los perros, completan su desarrollo físico mucho antes que el emocional. En general y, salvo las razas grandes que desarrollan durante más tiempo, para el año la mayoría de los perros, ya han alcanzado el tamaño que les caracteriza durante su vida adulta si bien, siguen madurando psicológicamente hasta los dos años o dos años y medio. Es decir, siguen haciendo gala de muchos comportamientos de cachorro y, es un aspecto que debemos tener en cuenta a la hora de educarlos. Paciencia y constancia son las claves de un perro adulto equilibrado y feliz.